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Que el huayco no se lleve nuestra dignidad

Ayuda y buena voluntad existen, lo que falla muchas veces es la canalización adecuada de las mismas, tal como lo comprobamos cada vez que nos asola una catástrofe, y como también pudimos verlo esta vez.

Marco Aurelio Lozano

Publicado: 2023-03-28


Usted no sabe la vergüenza que me da tener que venir a pedir ayuda, pero qué puedo hacer si mi casa está un ochenta y cinco por ciento llena de barro. No tengo familia que me ayude a limpiar. Yo soy padre y madre en mi casa.”

Es la señora Nolasco, vecina del centro poblado Río Seco, en el distrito de Cieneguilla, quien nos cuenta su drama. Me doy cuenta que para ella, una persona con alguna formación superior que habla con porcentajes y que tiene una hija acabando su carrera en la universidad, no solo se trata de haber perdido bienes materiales en el último huayco que asoló su barrio. Se trata también de conservar la dignidad, para que entendamos que ella no viene solo a “estirar la mano”.

Lo peor fue que el barro malogró la computadora de mi hija, donde tenía su tesis. Felizmente pudimos rescatar la información, esa era mi principal preocupación”, nos cuenta la vecina damnificada.

Desafortunadamente, nuestra brigada no tenía forma de conocer todos los casos graves de afectación por el huayco y esta vez nos hemos concentrado en levantar el techo para un espacio de recreación y cultura orientado a niños y niñas de Río Seco. Nuestro nexo con las necesidades de la gente es la organización comunitaria.

La señora Nolasco lamenta que a vecinos con dos o tres casas se les preste ayuda, cuando ella misma no tiene ahora donde dormir o se encuentra expuesta a los zancudos. En otras palabras, reclama que no haya sido “focalizada” adecuadamente, algo que sí podría (o debería) hacer un programa social del gobierno, como Juntos o Pensión 65.

Es habitual que existan conflictos internos y suspicacias entre vecinos, pero con organizaciones con mayor capacidad de autogestión, ello puede minimizarse. Ayuda y buena voluntad existen, lo que falla muchas veces es la canalización adecuada de las mismas, tal como lo comprobamos cada vez que nos asola una catástrofe, y como también pudimos verlo esta vez.

Cuando ya estábamos a punto de retirarnos de Río Seco, nos topamos con una familia venezolana que traía en su propio auto gran cantidad de víveres que no habían logrado repartir. Nos contaron que la única información disponible para llegar a la zona fue Google. Felizmente, pudimos coordinar con  nuestra movilidad y gracias al reparto previo que hicimos de víveres y ropa donada por amigos y militantes de Nuevo Perú, pudimos facilitar la distribución de alimentos en la zona denominada La Cantera. La familia venezolana lo hizo a través de las ollas comunes que se han organizado en cada manzana de las partes altas de la quebrada, o directamente a personas que hacían fila con sus bolsas de plástico. A nivel local, es a los municipios a quienes les tocaría cumplir la tarea de fortalecimiento organizacional, así como conocer el territorio y a las organizaciones de base (ollas comunes, juntas de vecinos) que permitan optimizar la distribución del apoyo que moviliza la sociedad y el sector privado.

En La Cantera, nos encontramos con maquinaría de la municipalidad removiendo rocas y escombros. “Necesitamos que limpien para que lleguen los carros, para que los chicos puedan ir al colegio” nos comenta una señora en la fila de reparto. Y es aquí que toca recordar que la ocupación y uso del territorio es un enorme tema pendiente para el Estado.

La pregunta que muchos se repiten es porqué gran cantidad de familias construyen sus viviendas en laderas o quebradas, sabiendo que son zonas inhabitables y de alto riesgo. Varios de nuestros políticos utilizan esta situación de precariedad para desplegar respuestas populistas que no solucionan el problema de fondo: construcción de escaleras infinitas, reparto de títulos de propiedad en laderas de cerros, o anunciando desalojos imposibles de realizar.

Lo que uno puede apreciar cuando visita las zonas de desastre es que cientos de familias, con el esfuerzo de muchos años, han logrado levantar viviendas de ladrillo y cemento, con acceso a servicios que el mercado individualmente puede proveer: internet, equipamiento básico (como el de la hija de la señora Nolasco), TV satelital, luz eléctrica en casa. Sin embargo, aquello que solo puede ser proveído por el Estado, ya que son servicios públicos, nunca llega, como es el agua potable (todos en Río Seco y La Cantera se proveen de camión cisterna), un sistema de desagüe o el servicio de recojo de basura (que ahora es arrastrada por el huayco). Pero principalmente las familias en crecimiento requieren del Estado la habilitación urbana de terrenos aptos que puedan ser ocupados de manera ordenada y, cuando corresponda, con un costo social para que la propia gente haga lo que ya sabe hacer: generar capital individual y social para afrontar sus necesidades, como lo vienen haciendo vecinos y comunidades en todo el Perú, en ese complejo mundo denominado informalidad.

Hemos escuchado decir de los propios damnificados que si el Estado brinda terrenos habilitados, las familias están dispuestas a invertir en ellos. Mientras esta demanda no sea escuchada, nuestros compatriotas seguirán cayendo en las garras de los traficantes de terrenos y quedarán a expensas del siguiente huayco o terremoto por venir.

La dignidad que reclaman la señora Nolasco y miles de ciudadanos como ella, hoy afectados por los huaycos y antes por la pandemia, es no tener que depender de donaciones y de la buena voluntad de sus compatriotas, (que felizmente aun existen) sino contar con un Estado que realmente funcione y que les permita seguir siendo dueños de su futuro.


Escrito por

República de Ciudadanos

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