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Plaza de la Bandera (Pueblo Libre)

Lecciones de la pandemia para la crisis actual

¿Por qué la pandemia, nuestra respuesta a ella y sus profundas efectos en la vida nacional no nos permitieron iniciar la construcción de una sociedad más consciente de sus profundas diferencias e inequidades?

Marco Aurelio Lozano

Publicado: 2023-02-08

En lo que sería el último video dedicado a recoger las estadísticas del COVID, el youtuber Marco Loret de Mola, ya sin su tradicional pizarra y gráficos con tiza, se despidió de un programa donde cada semana le tocó explicar las subidas y bajadas de las terribles cifras de muertos y hospitalizados, y luego el esperanzador avance de la vacunación y las recuperaciones. Luego de casi tres años le escuchamos decir:

“Así que hoy día presentamos el último video COVID, recordando a todos los que hemos perdido. Porque tenemos ESO en común todos los peruanos. Todos, estadísticamente hablando, hemos perdido a alguien de nuestro entorno, que conocíamos directamente, TODOS”.

En medio de la actual crisis política y del conflicto social que embarga al país y que enluta a casi 60 familias, habría que preguntarnos si acaso en algún momento hemos llegado a construir ese TODOS que menciona Loret de Mola. Me apena pensar que no hemos tenido la capacidad de transformar la enorme tragedia del COVID, con sus 220 mil muertos y sus consecuencias socioeconómicas, en una oportunidad de unidad y consenso para nuestro país.

Qué duda cabe que una nación se construye en buena parte cuando a sus ciudadanos les toca afrontar desafíos comunes, y en este caso no hubo ningún rincón del Perú que no haya sufrido su propia ola COVID. Nos solidarizamos y nos conmovimos con las decesos de nuestros compatriotas en Iquitos, Chiclayo, Puno y Lima. ¿Acaso no tendría que habernos vuelto más sensibles hacia la muerte? No faltaron quienes acusaron de irresponsables a los que salían a la calle cuando no debían y terminaban contagiados. Sin embargo, el sentido común e información de prensa responsable nos hicieron saber que buena parte de la población (ese 70% de informalidad que luego creció a casi 80% con pandemia) vivía del trabajo del día o que gran cantidad de hogares pobres no contaban con refrigeradora para almacenar sus alimentos.

También vimos multiplicarse las ollas comunes, siendo una de las caras más emblemáticas de la capacidad de organización de la gente. Tal vez varios no lo recuerden, pero se conformaron redes solidarias desde mercados en ciudades intermedias como Juliaca o Huancayo, para enviar alimentos a sus hermanos más pobres. Vimos que, en vez de un estallido social frente a la pandemia y el manejo deficiente del gobierno, la ciudadanía se organizó para retornar masivamente a sus tierras de origen. El impresionante fenómeno de los retornantes movilizó a casi 280 mil de personas en todo el país.

Así mismo, durante la pandemia valoramos y aplaudimos el trabajo del personal de salud, de limpieza pública, y de los bomberos, todos ellos como parte de la denominada “primera línea” frente a la enfermedad (reflejada en el monumento que adorna la Plaza de la Bandera) . También reconocimos a la Policía y a las Fuerzas Armadas, las mismas que ahora nos muestran su peor cara, reprimiendo y en algunos casos asesinando a manifestantes desarmados.

¿Por qué la pandemia, nuestra respuesta a ella y sus profundas efectos en la vida nacional no nos permitieron iniciar la construcción de una sociedad más consciente de sus profundas diferencias e inequidades? ¿Por qué no sirvió para establecer una relación de mutuo respeto entre fuerzas del orden y población? ¿Por qué no tomamos mayor conciencia de las formas de organización comunitaria de nuestro pueblo?

Creo que, entre otros factores, nos falló la política. Si acaso definimos la política como el interés y la capacidad de organizarnos para disputar el poder en pro del bien común y para administrar el Estado, entonces podemos concluir que de nada sirvió el trauma de la pandemia. No es que en este tiempo se haya dejado de hacer política en el Perú. Pero podemos decir que la combinación de una sociedad sometida a una profunda crisis y un sistema político precario, dió como resultado la consolidación de opciones políticas extremas que a su vez profundizaron la conflictividad.

Nuestro sistema político ya venía mostrando sus límites desde la confrontación Keiko - PPK, y desde entonces hemos tenido disolución del congreso, vacancia presidencial, segunda vuelta entre opciones que no sumaban ni 30% del electorado, y la guerra interminable entre parlamento y ejecutivo, que acabó con el suicidio político de uno de los contendientes.

Frente a actores institucionales de nuestra democracia, ya sean autoridades electas o partidos políticos, que no parecen dar respuestas coherentes a las sucesivas crisis, le ha tocado a la gente movilizada forzar determinadas salidas. La última vez lo hizo para protestar masivamente y echar al breve Merino de la presidencia. Aquella vez se dejó en manos del congreso la elección de un nuevo presidente aun cuando probablemente la mayoría no hubiera objetado que Vizcarra volviera a asumir en ese momento. Pero el sistema, ¡ay! siguió muriendo, y hemos llegado a este 2023 donde ahora le ha tocado al interior del país, particularmente al sur y el mundo rural, reclamar por un retorno a lo más esencial de la política en democracia: un proceso electoral, ya sea para elegir nuevo presidente y congreso o para cambiar la constitución. Tal vez resulte increíble que luego de tantas decepciones y de haber pasado por una reciente elección regional y local, aun apostemos por volver a las urnas.

Cabe preguntarse si nuestra crisis política, al igual que las olas del COVID, se encuentra en su pico más alto, luego de lo cual sólo le cabría descender a niveles cada vez más bajos de conflictividad. Resulta alarmante que tal vez hayamos pasado a un nuevo estadío de la crisis, donde ya no solo se trata de actores políticos confrontados en el escenario nacional, sino que la conflictividad ha pasado también a la propia sociedad. Las discusiones que se tornan más encendidas en los chats de familia y amigos, el conflicto entre manifestantes y dueños de negocios frente a la continuidad de los paros y bloqueos, el racismo, desprecio y resentimiento entre peruanos, nos muestran el fracaso de los políticos para resolver las grandes broncas de la sociedad civilizadamente a través de medios institucionales. Para eso también les pagamos, para que lleguen a acuerdos por nosotros, los ciudadanos.

Para medir el impacto de la pandemia se adoptó el término “exceso de muertes”, que grafica el indicador que nos llevó a ocupar un terrible primer lugar a nivel mundial por fallecimientos por COVID. Esperemos que esta vez, la crisis política no puede resolverse contando muertos ni de un lado, ni del otro.


Escrito por

República de Ciudadanos

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