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No hay peor ciego...

Detrás de la consigna Que Se Vayan Todos, encontramos el rechazo al patrimonialismo, la corrupción y la impunidad tanto en el Ejecutivo, como en el Congreso.

Marco Aurelio Lozano

Publicado: 2022-08-02

Cuando Pedro Castillo pasó a la segunda vuelta electoral, resultó lógico y natural que la izquierda progresista - a la que Cerrón siempre denostó como caviar - apoyara al candidato del lápiz. Con la firma del Plan Bicentenario y el abrazo fraterno entre Veronika y Castillo, Nuevo Perú se embarcó en la campaña y luego en el gobierno, nada menos que encabezando los ministerios de Economía y de la Mujer. Cogobierno, lo llamaron algunos. Mas bien, un salvavidas que el mismo Castillo desinfló y descartó rápidamente.

Pasado un año, podemos decir que, si bien era una responsabilidad inevitable tratar de darle soporte técnico y político a un gobierno que se pretendía de izquierda, el costo de esta decisión ha sido enorme. Y lo sigue siendo, ya que un sector de esa misma izquierda insiste en seguir dándole a Castillo una segunda, tercera o tantas oportunidades de rectificación como gabinetes han pasado por este desorientado e inoperante gobierno. Sin embargo, lo más grave es el silencio cómplice frente a los fuertes indicios de corrupción presidencial, lo cual un último pronunciamiento de las izquierdas casi ni menciona.

Iniciando este segundo año del régimen nos encontramos frente a un ex secretario de Palacio de Gobierno que acusa al mandatario de liderar una organización criminal, la misma acusación que recae sobre Keiko, y probablemente frente al mismo tipo de latrocinios que perpetraron Toledo y Alan, aunque ellos con una mayor diligencia y rentabilidad criminal.

Pero también nos encontramos ante una situación de negación de la realidad política, como bien lo grafica Carlin en la caricatura que acompaña esta columna. Analistas y otros políticos progresistas o de izquierda, como Antonio Zapata, se preguntan hasta cuándo se va a evitar decir lo que corresponde respecto a un Castillo y su entorno que quizá no sabían cómo gobernar, pero sí estaban decididos a robar. Intentemos dar algunas respuestas.

La razón ideológica: Somos testigos de lo nocivo que ha resultado tener partidos y políticos sin ideología. Sin una visión de futuro para el país y la sociedad, de acuerdo a determinados principios e ideales políticos, que pueden ser la igualdad, la justicia social o la libertad, lo único que nos queda es el interés particular y el poder por el poder. Esas fue la primera razón para apostar por Castillo. Pero muy pronto se hizo evidente que el maestro rural y su mentor Cerrón, carecían de convicciones ideológicas ¿Cómo seguir apoyando a un gobierno que terminó echando de mala manera a sus últimos cuadros de izquierda con el gabinete de Mirtha Vásquez y que luego se alió con la derecha en el congreso?

La derecha de en frente: Del apoyo técnico – programático de izquierda, pasamos a un enfoque defensivo frente a las agrupaciones de derecha y sobre todo de ultraderecha. Muchos creen que no se le puede ceder ni un centímetro a la derecha parlamentaria, empresarial y la de los grandes medios de comunicación. La caída del gobierno de Castillo significaría para ellos una victoria para seguir con el mismo modelo y las mismas prebendas.

La normalización de la corrupción: Para que las dos razones mencionadas operen en las mentes de buena parte de nuestra izquierda, es porque hemos llegado al punto en el cual la corrupción se acepta como parte consustancial e inevitable de la política. Justificaciones por el lado del “mal de muchos” (todos han robado) o del “robamos menos” (¿Qué son 30 mil soles frente a los millones de Odebrecht?), probablemente son las que, a media voz, se aceptan sin mayor discusión o cuestionamiento.

Detrás de la consigna Que Se Vayan Todos, encontramos el rechazo al patrimonialismo, la corrupción y la impunidad tanto en el Ejecutivo, como en el Congreso. Pero si finalmente Castillo es vacado por graves acusaciones de corrupción, más que por su incompetencia, la derecha podría reclamar un triunfo moral que no le corresponde. Por ello es necesario que la izquierda tome radical distancia de este presidente, plantee salidas creíbles y que recoja el sentir de la gente, incluido un cambio constituyente. 

La ideología no puede convertirse en anteojeras, y la confrontación contra los adversarios políticos debe replantearse desde nuevas banderas, como la ética en la función pública, la honestidad y la transparencia. Solo así, la maltrecha izquierda democrática empezará a ver la luz al final de este gobierno.


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