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MARCO AURELIO LOZANO

Pueblos indígenas y la pieza que falta en un Estado agrietado

Consideramos que, a pesar de la urgente necesidad de atender la emergencia sanitaria en las comunidades amazónicas, es momento de dar pasos decididos hacia una interculturalidad con un enfoque más crítico.

Marco Aurelio Lozano

Publicado: 2020-08-03

En la reciente presentación de la Política Nacional de Cultura (PNC) ante la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural del Congreso, la congresista Silva Santiesteban señaló que luego de haber escuchado la exposición del ministro Neyra le quedaba la sensación de que había un "hiato" entre los pueblos indígenas y la promoción de las bellas artes y las industrias culturales, ambas problemáticas percibidas como distantes, pero abordadas por un mismo ministerio. 

Hiato, hendidura, grieta. Resulta una interesante forma de definir la situación en la que los pueblos indígenas se encuentran con relación al aparato estatal que intenta resolver sus necesidades. También es revelador que para responder a la reflexión de la congresista del Frente Amplio, el ministro exhibiera una mascarilla elaborada con motivos Shipibo-Conibo por maestras artesanas de Cantagallo (Lima), y se mostrara optimista respecto a la próxima feria Ruraqmaki. Una respuesta desde la inserción en el mercado que es, sin duda, urgente en tiempos de pandemia pero sintomática del relacionamiento entre el Estado y los pueblos indígenas desde el retorno a la democracia a comienzos de este milenio.

Una ausencia sin brillo

Días antes de la publicación de la PNC, en la provincia de Espinar (Cusco) estalló un conflicto social gatillado por la pandemia pero sin duda con antecedentes en la siempre difícil relación entre comunidades andinas y las grandes empresas extractivas. Según el portal Ojo Público, parte de la estrategia del gobierno para abordar este nuevo conflicto fue la promulgación de una resolución ministerial en la que se establece una Comisión Multisectorial encargada de evaluar los posibles daños de la minería en “comunidades originarias”. Este es un conflicto anterior a la crisis sanitaria, pero ni en este ni en el del bono de 1000 soles exigido por los comuneros, ni en ningún otro relacionado al estratégico Corredor Minero Sur, se incluye al Ministerio de Cultura (Mincul) como parte de los espacios de diálogo. Ello no llama la atención ni del Estado, ni de las comunidades, como tampoco que en el primer dispositivo de salud específicamente orientado a comunidades indígenas de la Amazonía, se obviara cualquier participación del Mincul o de su Vice Ministerio de Interculturalidad (VMI), dejando “sola” a la Dirección de Pueblos Indígenas y Originarios del Minsa.

En la práctica, para el Estado peruano pueblos originarios o indígenas se refiere casi exclusivamente a pueblos amazónicos, por los tanto a comunidades nativas y sus numerosas federaciones. Aun así, no siempre los asuntos que tienen que ver con esta población son abordados por el Mincul, sino principalmente y con mayor éxito aquellos que involucran su “producción cultural”. El trabajo con traductores y educación bilingüe intercultural, son una buena muestra de ello. Tal vez en un intento tardío y algo débil de abordar temas más estructurales, se le asignó al Mincul la responsabilidad de las consultas previas en el marco del Convenio 169 de la OIT, lo que en general no ha servido para prevenir los conflictos socio ambientales más relevantes ni en la Amazonía, ni en las zonas altoandinas.

Y claro, hay que considerar también que para que el ministro Neyra se explaye sobre la labor de su cartera con relación a los pueblos indígenas, tendría que ser convocado más seguido por la Comisión de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuanos del Congreso, ya que además en la comisión de cultura no hay representantes de los departamentos amazónicos. Resulta entonces justificada la sensación que asalta a la congresista Silva, de pueblos indígenas en una especie de lugar vacío en la estructura gubernamental.

Interculturalidad más allá de la identidad

Desde el Plan de Acción de Asuntos Prioritarios en el gobierno de Paniagua y la Declaración de Machu Picchu y el INDEPA en el gobierno de Alejandro Toledo, se inició un recorrido prometedor, aunque errático, en el diseño y ejecución de políticas públicas específicamente orientadas a los pueblos indígenas, siempre con un peso particular en los pueblos amazónicos y afroperuanos. Desagraciadamente, el segundo gobierno de Alan García significó un claro retroceso en la promesa de mayor inclusión y políticas de identidad. La saga del perro del hortelano, pero sobre todo el manejo cruento del Baguazo en el año 2009, marcaron un hito negativo que ha sido difícil de superar. Desde entonces, la reconstrucción de la confianza entre Estado y pueblos indígenas amazónicos ha sido compleja. Vista la evolución de los conflictos sociales que involucran a comunidades amazónicas y andinas, es difícil afirmar que la creación del Mincul haya tenido un rol de relevancia social y política en aquello que da nombre a uno de sus viceministerios: interculturalidad.

En su exposición, el ministro Neyra habló de una próxima Política Nacional para Pueblos Indígenas, la cual será trascendente siempre y cuando se atreva a ser más que un desagregado de la reciente y bien formulada PNC, y además suponga un mayor peso institucional y político del VMI. Para ello, es conveniente revisar algunos marcos conceptuales básicos, algo que seguramente los especialistas del VMI manejan muy bien, pero que además tendrían que tener una aplicación práctica más allá de las políticas afirmativas o de identidad.

Fidel Tubino distingue entre interculturalidad funcional e interculturalidad crítica. La primera, como su nombre lo indica, es funcional a los parámetros de la sociedad hegemónica lo cual incluyen acciones para la revitalización cultural y lingüística de los pueblos indígenas, y la promoción de campañas de sensibilización contra la discriminación y el racismo. En esta línea, el ministro Neyra ha invocado a “cuestionar sentidos comunes arraigados en prejuicios racistas y escuchar con atención a los grupos que han sido históricamente discriminados” y en función a ello ha presentado un proyecto de ley (una propuesta “novedosa”, sostiene el ministro) para la prevención y sanción del racismo (Columna en El Comercio).

Consideramos que, a pesar de la urgente necesidad de atender la emergencia sanitaria en las comunidades amazónicas, es momento de dar pasos decididos hacia una interculturalidad con un enfoque más crítico. Y la clave, como señala Tubino y en coincidencia con el enfoque del actual Mincul, es pasar de la escucha al diálogo, y específicamente al diálogo intercultural. Es necesario transitar de la  de la traducción a la comprensión de la cosmovisión indígena, tanto amazónica como andina, en los espacios de toma de decisión que afectan su propia vida y su entorno.

Traducir la voz de la conciencia

Actualmente son decenas de mesas de diálogo y proyectos en amplias zonas rurales del país donde el Mincul podría tener un rol facilitador y de mayor liderazgo, no necesariamente desde los temas técnicos (infraestructura, servicios de salud, titulación de tierras) pero si desde la propia metodología y enfoque del diálogo. La forma en cómo se implementan los espacios de diálogo ha sido y es muchas veces empírica y sin considerar la variable cultural, lo que a menudo lleva al fracaso o a la "mecida" de la gente. Nos hemos conformado con el uso de traductores y con un enfoque reactivo frente a la conflictividad de aquellos “grupos históricamente discriminados”, sin entender del todo sus demandas y desarrollar una franca empatía intercultural entre los actores sociales. En este punto, Tubino nos da una pista cuando afirma que para hacer real el diálogo hay que empezar por visibilizar las causas del no-diálogo, y entender que el diálogo intercultural es la condición de posibilidad de la “deliberación política” en contextos de diversidad cultural.

Por otro lado, es interesante observar cómo las colectividades étnicas andinas (más allá incluso de comunidades campesinas y de reconocerse como quechuas o aymaras) han logrado relacionarse bajo otros términos con el Estado y la empresa privada, muchas veces a costa de su propia identidad, pero finalmente manejando códigos e imaginarios que la autoridad o funcionario costeño-urbano-occidental requiere comprender a cabalidad y no solo "tolerar".

Nuestro sector público es, sin duda, un enorme y complejo rompecabezas, muchas de cuyas piezas han volado por los aires con la explosión de la pandemia. Esta es la oportunidad para rearmar y rediseñar este pesado aparato, donde el Mincul está llamado a convertirse en la voz de la conciencia intercultural para el resto de sectores, pero en particular de aquellos que más pueden afectar la vida de las comunidades indígenas.


Escrito por

República de Ciudadanos

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