En busca de un populismo singular
En una sociedad tan diversa y al mismo tiempo tan desigual como la peruana las líneas de confrontación política siempre serán porosas y difíciles de definir.
Poco a poco, un virus se apodera de nuestras élites sociales y económicas. Al igual que el nuevo coronavirus, no tiene alta letalidad pero puede expandirse rápidamente y afectar mucho más a cierta “población de riesgo”. Se trata de la llamada amenaza populista. ¿Pero es este un virus real o es solo un temor infundado pero acrecentado por las últimas decisiones de este díscolo Congreso?
Habría que decir que el temor al populismo es tan viejo como la primera y tibia reforma agraria (la del primer Belaunde, al cual ya se le acusaba entonces de populista), y adquirió visos de pánico luego de la reforma agraria de 1969. Pero la referencia al General Velasco también se vuelve lejana incluso para la derecha, ya que ellos también tuvieron su chino dictador en los 90. Por eso, el director periodístico de El Comercio, prefiere lamentar las “microrregulaciones y un populismo rampante de los últimos 10 años”. Así es, para Garrido Koechlin, los presidentes Humala, PPK y Vizcarra han sido todos una sarta de populistas.
Revisando la buena cronología del término que hace el historiador Ezequiel Adamovsky en la Revista Anfibia, no nos queda más que aceptar que actualmente “populismo” es una mala palabra y el calificativo de “populista” se ha convertido en un arma arrojadiza casi desde todos los lados del espectro político. Sin embargo, es interesante ver que el término tiene doble origen, ambos en el siglo XIX, pero con algunos aspectos comunes. Por un lado, surge en Rusia con el movimiento socialista internacional, donde se utilizó “populismo” para designar un movimiento opuesto a las clases altas pero que – a diferencia del marxismo - se identificaba con el campesinado y era nacionalista. Por otro lado, también se utilizó como término político en Estados Unidos para referirse a un efímero Partido del Pueblo (People`s Party), apoyado por granjeros pobres y de carácter anti elitista.
Vemos entonces que es comprensible que nuestras élites (o clases altas, para decirlo en términos “populares”) sientan un imperecedero temor frente a una palabra, cuya idea original, los cataloga como el enemigo a combatir. En ese sentido, Jaime de Althaus tiene clara su conciencia de clase, cuando dice que el resorte del mecanismo populista es la confrontación (¿de quién contra quién?), que impide, entre otras cosas, conformar un comando de recuperación económica con el sector privado (La economía, siempre la economía). El populismo pervierte las mejores causas, proclama De Althaus.
En un artículo del 2017 titulado “El regreso del populismo”, Alberto Adrianzén nos recuerda que la Política siempre se orienta a construir un sujeto político, un “nosotros” al cual se pretende representar frente a un “otros”. Además, un elemento consustancial a la Política es la confrontación. Sin embargo, la democracia formal al convertir a los “enemigos” en adversarios, permite regular dicha conflictividad. También señala que, en los últimos años en Latinoamérica, la hegemonía neoliberal ha hecho que el populismo se asocie con autoritarismo y con determinadas políticas económicas que generan déficit e inflación.
El Presidente Vizcarra acaba de convocar a elecciones generales para el 11 de abril del 2021. Restan apenas nueve meses para la primera vuelta y de los candidatos más encumbrados según las encuestas, ninguno cuenta con partido político inscrito, salvo el chamuscado Julio Guzmán. ¿Cuál de ellos (as) abanderará las causas que pervierte el populismo?
El mismo Adrianzén, en un artículo anterior a las elecciones del 2011, citando a Laclau, decía que el populismo es un espacio vacío, el cual puede ser llenado por posiciones de izquierda o de derecha. Reclamaba, en su caso para la izquierda, darle un nuevo contenido al populismo, que tenga como principales referencias un programa, “ciertos símbolos comunes” y un “pueblo”. Desafortunadamente, tendríamos que agregar a esta lista, un partido sólido, inmune a la corrupción y con inscripción vigente.
La tarea es ardua pero urgente y no estaría mal empezar con construir ese sujeto político que estará conformado por aquellos ciudadanos y ciudadanas que más sufrieron con la cuarentena y que seguirán sufriendo mientras dure la crisis.
Trazar la línea de la confrontación bajo parámetros clásicos clasistas tampoco es suficiente en un país donde las clases medias tradicionales y emergentes han sido ganadas por temores ajenos producto del “populismo económico” de la inflación y la escasez; y donde nuestras clases populares añoran salir de la pandemia para volver al boom del consumo sin calidad de vida. En una sociedad tan diversa y al mismo tiempo tan desigual como la peruana las líneas de confrontación política siempre serán porosas y difíciles de definir. En ese sentido, tal vez convenga retomar lo señalado por Carlos Franco, quien apostó por un “populismo singular” que apunte a la inclusión, pero también a la identidad. En suma, un populismo cholo.