Columna: DESDE EL LLANO

Por: Marco Aurelio Lozano Fernandez


Supongo que no es muy común que una alta autoridad de tu país le pida al personal de seguridad que la dejen conversar con el borrachito (o tal vez fumadito) de la Plaza San Martín que se le acerca amenazante para reclamarle algún problema que solo él entiende. Ante ello los agentes VIP que resguardan el evento devuelven al hombre al piso y la alcaldesa le da la mano sin dejar de mirarlo a los ojos “¿Cómo estás? Cuéntame ¿qué sucede?”. El pobre hombre queda desarmado, ensaya una débil sonrisa con los pocos dientes que le quedan, balbucea una especie de disculpa y se retira sin que los guardias tengan que levantarlo de nuevo por los aires.

Tampoco es común que una autoridad tenga la paciencia de anotar cada una de las intervenciones de un numeroso grupo de vecinos y responderles a todos, sin dejar de saludarlos por su nombre y explicándoles con claridad lo que puede y lo que no puede hacer la Municipalidad. O apartarse de un tumulto de periodistas que quieren abordarla en plena campaña electoral, para consolar a una niña que llora porque no encuentra a su madre, hablarle con cariño lejos de las cámaras, sentada con ella en las tribunas de una canchita recién inaugurada hasta que la mamá aparece aliviada.

Durante mi labor como subgerente de juventudes y gerente encargado de participación vecinal siempre me sorprendió la facilidad de la alcaldesa para empatar con los vecinos y con los jóvenes a través de una conversación directa y franca en inauguraciones, foros y encuentros. A través de medios de comunicación masiva otra fue la historia y los condicionantes pero era innegable su facilidad para armar un discurso que llegaba directamente al corazón de la gente, ya sea con el dato duro que memorizaba rápidamente o con un mensaje político contundente. Pero a diferencia de Alan García (otro gran orador) no se trataba de burdos artificios retóricos, sino que, como varios reconocen, a Susana “se le nota sincera”. Y yo creo que ella lo es.

Aunque no es posible explicar el 10% de votación obtenido en octubre solo por los desaciertos políticos de la alcaldesa, sí creo que algunos aspectos del “estilo Susana” terminaron afectando de significativamente su propio desempeño en la Municipalidad.

Dicho estilo incluye una reconocida generosidad de la sonrisa hacia la gente pero tuvo un correlato al interior de la gestión municipal traducido en una indulgencia excesiva hacía ciertos colaboradores que demoraron en irse u otros que simplemente se quedaron hasta el final. Susana “perdonó demasiadas vidas” luego del proceso de revocatoria, cuando era el momento de hacer cambios de fondo en los equipos de las gerencias más visibles o los programas más emblemáticos. Tal vez no hubiera bastado con cambiar a dos o tres funcionarios de confianza pero la señal habría sido clara para toda la corporación: No se tolerarían más errores o demoras en lo que restaba de la gestión. Y los errores no solo eran técnicos, sino sobre todo políticos.

Parte también de este estilo fue la convicción republicana de no ponerle su nombre a las obras de infraestructura. Frente a eso, el mudo no necesitaba hablar para decir que tal obra era suya porque le puso firma a cada escalón de sus escaleras y a cada Hospital de la Solidaridad. Pasar de un extremo a otro no era políticamente posible, era demasiado cambio para un electorado acostumbrado a placas y letreros por doquier. Tal vez por ello, la corporación municipal no llegó a tener un trabajo solvente en comunicaciones, atada de manos por una alcaldesa que sin duda chambeaba duro todos los días pero que se puso muy tarde un casco frente a cámaras.

Habiendo finalizado el mandato de Susana Villarán y habiendo yo renunciado como corresponde, tengo la convicción de que se hizo obra importante sin robar, logrando una inversión comparativamente mayor que la de Castañeda en el mismo periodo de tiempo. Asimismo, se emprendió por lo menos una reforma de fondo con la implementación del sistema integrado de transporte. Lo que falló fue la forma de hacer política con la gente. El estudio de Alberto Wust a propósito del Programa Barrio Mio refleja muy bien esta tensión o más bien el divorcio entre lo técnico y lo político al interior de la gestión.

Personalmente considero a Susana Villarán una mujer honesta y transparente, y una lideresa política visionaria y reformista. Para los que la hemos acompañado a lo largo de estos cuatro años es imperativo reconocer y reconocernos en los aciertos de nuestra alcaldesa pero también en sus errores. Solo así será posible seguir avanzando en la construcción de una Lima para todos desde un remozado proyecto político.